Para que no se olvide a la revolucionaria
Un recuerdo para una gran pastoreña, Carmen Clemente Travieso
Por José Bonilla A.
Cecilia
Clemente Travieso, hermana mayor de Carmen, le decía “niña” a su menor
hermana para “reprenderla” (en comillas) cuando consideraba que está
traviesa mujer hacía una tremendura. Conocimos a estas dos hermanas en
su casa de la esquina de San Narciso, cerca de la Avenida Fuerzas
Armadas, casa que habían convertido en la Biblioteca “Gual y España”
adonde íbamos muchos estudiantes y egresados de la UCV, de otras
instituciones y gente de los barrios vecinos a leer y a compartir las
ideas revolucionarias y los sueños que hemos tenido, para ver al mundo
girar más feliz y dejar de ser oprimidos y explotados por una minoría
capitalista que ha hecho infelices a miles de millones de seres humanos
de este convulsionado planeta, hecho así por las ambiciones y avaricias
de una clase mezquina , la burguesía.
En la casa de las “niñas”
Clemente Travieso, nos sentíamos como peces en el agua, aves de lo más
alto, y más aún cuando nos encontrábamos los Sábados con ese
extraordinario y polifacético boliviano llamado Luis Lucksic, el viejo
Lucho, el siempre recordado Lucho. Yo dictaba mis charlas sobre marxismo
que había aprendido desde mi militancia en el PCV, el MIR y luego en la
Bandera Roja, Roja, convertida hoy en una organización descolorida con
militantes derechizados que cuando migran, se van a organizaciones aún
más de derecha las cuales alardean de fascistas. Era ese marxismo,
repetidor acrítico de las lecturas de libros provenientes
fundamentalmente de la URSS y de China, los cuales por supuesto, eran
más de Lenin, Stalin y Mao que de Marx, ya que ser marxista era ser
prosoviético o prochino. Marx, era y sigue siendo un extraño para los
marxistas, sólo utilizado a conveniencia del discurso del momento.
Pero,
el motivo no es hablar de nuestras aventuras teóricas de militantes del
marxismo – leninismo, sino de la vida de esa gran pastoreña , niña,
Carmen Clemente Travieso, porque el 24 de Enero de este año 2017, se
cumplen 34 años de haber tomado vuelo hacia el infinito, quizás detrás
de su gran amigo Salvador de la Plaza quien para el multisistema celular
ya había rendido como el Alcatraz la tarea que su tiempo le fijó.
Ambos
amigos, provenientes de clases medianamente adineradas, ella del Prócer
Lino Clemente, su bisabuelo, él, de familia pudiente, cacaotera,
escogieron como destino dedicarse a develar y revelar las marramuncias
ocultas por la aplastante ideología de las clases dominantes,
especialmente la capitalista, las cuales no satisfacían sus juveniles
rebeldías. Fue una amistad profunda unida por el amor a la emancipación
humana de todo signo de explotación y opresión.
De Salvador de la
Plaza, merecidamente se ha escrito bastante, incluso tiene un Archivo
con su nombre en la Universidad de Los Andes (Mérida), pero, de la
“niña” Carmen, inmerecidamente muy poco se ha dicho, sólo algunas
notas, donde se roza marginalmente, su condición de revolucionaria
comunista comprometida. Sabemos que Carmen no vivió para que la elevaran
muy alto, su sonrisa plena de alegría y sencillez, nos permitía
descubrir lo desprendida que era de la llamada gente importante. Su
manera de vivir fue la de una verdadera proletaria, rodeada de lo
necesario, muchos amigos y camaradas, y fundamentalmente de su adorada
hermana y amiga Cecilia.
Nace como Simón Bolívar, un 24 de Julio,
pero en 1900. Comenzaba el siglo que anunciaba ventisqueros y ella como
el viento, asomaba su pequeño rostro en el norte de la ciudad capital,
donde nace la Caracas de las elites del siglo XX (La Pastora), antes de
que existieran El Paraíso, Vista Alegre, Altamira, La Castellana y el
Country Club.
Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez habían
desplazado del poder a Ignacio Andrade, salido de la prepotencia del
grupo armado de Joaquín Crespo. La montonera andina echa ya godarria, se
paseaba altanera por la Caracas de los techos rojos, mientras una de
sus acérrimas enemigas nacía en la casa de la pareja Clemente Travieso,
integrada por Lino, su padre, Mercedes Eugenia, su madre y sus hermanas y
hermano, Cecilia, Mercedes, Teresa y Carlos. Carmen era la menor.
Siendo muy niña, muere su padre y la familia se traslada a vivir a la
casa de su abuela materna Trinidad Dominguez de Travieso.
Su
infancia, con seguridad transcurrió en la ciudad – aldea que todavía era
Caracas, a pesar del intento de colocarla en la modernidad hecha por
Antonio Leocadio Guzmán Blanco, pero la realidad venezolana no daba para
eso. Caracas no podía ser París, era simplemente aldeana con presencia
predominante de lo que Mario Briceño Iragorry, nos describe como espacio
urbano de los nuevos ricos incultos, pero ricos, con “resabios”
rurales, llenos de ambiciones, sin amor a la patria porque patria no
había. Repartirse espacios territoriales grandes entre generales y
coroneles era la norma, los subalternos subsiguientes también pedían su
tajada mediana; los rasos, pa' su conuco de hectárea y media de
subsistencia, y los demás, los desterrados, jornaleros por real medio y
un real.
Esa “ niña” nació en ese pa' allá y pa ca'. Sin embargo,
esa mujer se quedó acá, donde habitamos los que con el trabajo, hacemos
felices a otros que no trabajan. Allí se plantó Carmen y como en el
juego de barajas, no se cansó de decir, que no había otra posibilidad de
ser felices sino en el comunismo, porque lo demás es utopía, o mejor
dicho, la utopía es la posibilidad de ser libres únicamente en el
comunismo. Esa era Carmen, primero comunista y después periodista; sin
embargo las crónicas que la nombran, exaltan su condición de periodista.
Es como en estas épocas de dominación social demócrata donde a los
revolucionarios para no decir que son comunistas, los denominan
“Luchadores Sociales”. A estos mediadores entre el capitalismo “bueno” y
el capitalismo “malo”, les asusta, como a sus antepasados de la II
Internacional, el fantasma del comunismo y prefieren solaparlo en su
lenguaje.
Carmen Clemente Travieso, no solapaba nada y por eso
acudió al periodismo para ir en busca de la verdad oculta en los
mensajes de los demagogos, en el fetichismo de las cosas y en la
imaginería de quienes nos contentamos con el mundo aparente, a lo cual
muchos
llaman “cultura popular”. Fue reportera de la realidad
cruda. En su actividad periodística, brilló con luz personal, lo supo
hacer a su manera muy peculiar, porque no se mostró como mujer pidiendo
clemencia al machismo social, fue inclemente con la mentira y el engaño,
chocando con su apellido vinculado a la lucha por la independencia de
Venezuela. No le importó y con su Clemente a cuestas, se paseó por la
historia de Caracas del pasado y del presente, entrevistó a hombres y
mujeres revolucionarios, a gente de a pie, para oír de ellos sus
propuestas y sus vivencias contra regímenes opresores como los de Juan
Vicente Gómez, López Contreras, Medina Angarita, Rómulo Betancourt (dos
veces), Rómulo Gallegos (por poco tiempo), Marcos Pérez Jiménez y no
contenta con esto, también siguió sosteniendo su posición revolucionaria
contra Betancourt (nuevamente), Leoni, Caldera, Carlos Andrés Pérez
para culminar por pocos días su confrontación contra Luis Herrera
Campíns. Casi 83 años de consecuencia revolucionaria comunista que no
pueden ser olvidados.
No conocimos su juventud, pero con esa
historia forjada, nos la imaginamos, rebelde, crítica, irreverente,
alegre, sincera, amiga, solidaria, cooperadora, comunicadora, dulce,
cariñosa, combativa, mejor dicho, una mujer comunista quien con
seguridad tendría muchos pretendientes. Estas cualidades, se las
conocimos en vida en los momentos que compartimos con ella, porque
transmitía eso y mucho más, nos enamoraba envolventemente y nosotros
felices de ese amor desplegado para todos, lo cual no permitía que nos
celáramos por ella. Carmen fulminaba cualquier sentimiento que se
parecieran al egoísmo, a la envidia, el individualismo y por supuesto al
celo enfermizo.
Fue organizadora como pocas y pocos, ya que
tenía la conciencia de lo colectivo como fuerza liberadora, por eso la
encontramos como cofundadora de la Asociación Nacional de Periodistas,
de la Liga Nacional de Presos, forma parte de la Asociación Nacional
de Periodistas, militante del Partido Comunista de Venezuela, y en sus
años más pasivos, activó en su propia casa la Biblioteca “Gual y
España”, donde estimulaba nuestras actividades revolucionarias,
brindándonos junto con su querida hermana Cecilia, un delicioso café,
acompañado de galletas preparadas directamente por estas encantadoras
hermanas.
Sin embargo, su vida no se quedó allí; la
clandestinidad también la tuvo ocupada en actividades que como ustedes,
amigos lectores, deben suponer, no podrán conocerse porque para ella “en
boca cerrada no entran moscas” y nos dejó para la imaginación
especulativa su quehacer clandestino.
Como escritora, creemos que
no fue suficiente lo publicado para demostrar su prolífera capacidad,
puesto que para Carmen Clemente Travieso, todo merecía ser escrito, para
que quedara para las generaciones venideras una huella de lo acontecido
a fin de que no cometieran los mismos errores. A la mujer la puso en
las nubes (a los hombres cerquita de ellas), su feminismo no era anti-
hombre, era contra los modelos patriarcales, ya que sabía por su
estudios del marxismo, que durante el matriarcado se vivieron las
mejores experiencias de solidaridad y amor de la humanidad. Su libro
sobre “Las Luchas de la Mujer Venezolana” demuestra que nuestras mujeres
estuvieron allí muy cerca y quizás con más lucidez, de la importancia
de ser libre, porque la madre no quiere ver su hijo oprimido, ni
explotado. Lamentablemente, la mayoría de los escritores de historia son
hombres,
quienes por su machismo, ven a la mujer, si es que la
ven, a través de personalidades aisladas, sólo como compañeras de un
líder, un caudillo, un jefe importante, nunca con el significado que la
mujer como MADRE, es capaz de ser y hacer por ver a los hijos de una
patria, libres como la sabana y el viento Pero no sólo los de una patria
en particular, sino a todos los hijos de la PACHA MAMA. Nuestra Carmen,
la “niña” Carmen, entendía esto, y cuando nos hablaba de Luisa Cáceres
(sin el Arismedi) nos hablaba no sólo de una mujer venezolana, sino de
las mujeres del mundo.
Fue una luchadora incansable por
visibilizar a la mujer, quitarle ese estigma bíblico de haber salido de
la costilla de Adán para poner a comprender a los humanos que todos
nacemos a causa de una copulación y por la vagina de una mujer. De
borrar de la mente que la mujer es simplemente un complemento del
hombre, para destacar como el viejo Raúl Domínguez que la naturaleza
tiene nombre de mujer. Carmen mujer, nos dejó un legado a los hombres y
así lo sentimos cuando estuvimos a su lado. Ese es el origen de este
escrito.
Hermana de la clase obrera, especialmente de la obrera
mujer, otro aspecto de un ser humano con conciencia de clase que tuvo
Carmen, se propuso crear una institución para la educación de la mujer
trabajadora tal vez con el propósito de abrir caminos, ya que no los
había, para que la mujer, generalmente más explotada que el hombre
trabajador, tuviera mayor acceso a los conocimientos y con ello, mayor
posibilidad de comprensión de sus deprimidas condiciones de vida y sus
causas, a la vez acabar con las ingenuidades populares de las
demagógica propuestas de los políticos y explotadores de la
participación popular en el Estado burgués, o de crearle a la mujer la
ilusión de que para ser más libre en el proceso social, debe
incorporarse a la producción. Recuerden que hasta hace poco y más en la
época de Carmen, las mujeres percibían menores salarios con jornadas de
trabajo más extensas e intensas. Si no lo creen léanse el capítulo VIII
de El Capital de Marx, La jornada de Trabajo.
Amante de su
ciudad, como Aquiles Nazoa, como Enrique Bernardo Nuñez, Anibal Nazoa,
Lucas Manzano y tantos otros, quienes como ella no han llegado a ser
cronistas de la ciudad, describió lo que casi no existe en otras
ciudades del mundo: sus esquinas.
Todo porque cada esquina tiene
su historia, o mejor dos historias, la del poder y la del pueblo.
Platanal por sus plátanos, el Muerto porque aparecía un muerto en ese
sitio y la de Cristo al Revés, porque tal vez Cristo aparecía con las
“patas pa' arriba” a los ojos del pueblo. Su libro, nos enseña cómo se
fue cuadriculando la ciudad luego de la invasión europea venida con sus
esquemas de poblamiento apto para la dominación; nos narra los hechos
que se dan en cada esquina, los personajes que habitaron ese ángulo
urbano de lo que fue en su primer momento esta atribulada ciudad. Esa
era Carmen la rebelde, recordadora de historias, de las cosas más
sencillas, como nos hablaban Aquiles Nazoa y su querido hermano Aníbal.
Carmen
Clemente Travieso, mujer inolvidable como la poesía, que sabemos
escribió, pero que no la conocimos, porque era como la historia de los
pueblos: Amante del anonimato.
Era ese ser revolucionario,
comunista de todos los días sin decir tanto que era comunista, estaba
convencida de su manera de ser, y no alardeaba de esto, no esperaba
reconocimientos
ni condecoraciones. Fue Carmen Clemente Travieso, un ser inolvidable,
como lo fue para nosotros su amada hermana Cecilia.
Nos preocupa
que esta insigne mujer, sea desconocida hasta en su propia parroquia, en
la cual un grupo de pastoreños, buscando ponerle un nombre de mujer a
una casa– institución, no encontraron a Carmen Clemente Travieso puesto
que no la conocían, ni siquiera porque la tuvieron cerca.
Que el
Cosmos tenga girando a Carmen y Cecilia, para mostrarle al tiempo y al
espacio lo hermoso que somos los humanos cuando amamos. La mejor muestra
es la de este hermoso par de mujeres. Honor a Carmen y Cecilia Clemente
Travieso.
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