domingo, 29 de enero de 2017

CARTA DE JOSÉ MARTÍ AL PRESIDENTE MADURO



Caracas, enero, a 136 años de mi expulsión de Venezuela

Muy respetado Señor Presidente:

        A usted, fiel seguidor de la teoría de la reencarnación, preconizada por su difunto maestro Sai Baba, no habrá de resultarle extraño que por un fenómeno entrópico –científicamente explicable- mis átomos dispersos en el cementerio de Santa Ifigenia, en Santiago, se hayan reagrupado en la superficie por obra de ventiscas y huracanes que removieron la tierra, cobrando nueva vida. Enemigo de la pasividad, no podía mi espíritu permanecer en aquel claustro mortal, y heme aquí, de nuevo en las tierras de donde hube de salir precipitadamente en julio de 1881 por orden de su homólogo Guzmán Blanco.

        Las remembranzas de este lugar, donde tan gratamente se deslizaron seis meses de mi activa juventud, me han traído de nuevo aquí. Esta vez decidí no entrar por La Guaira, sino por Puerto Cabello. Quería presenciar el movimiento portuario de productos que –sin duda- estarían exportando los venezolanos 136 años después de mi partida. En efecto, varios barcos de alto tonelaje estaban en el puerto, pero en los muelles de llegada. Al requerir información de uno de los operadores  portuarios, éste me dijo con satisfacción:

        -Son 30 mil toneladas de azúcar que están llegando del Brasil para hacer frente a la guerra desatada. Hace poco anclaron barcos procedentes de Canadá con igual número de toneladas de trigo y de maíz amarillo, y otro de Nicaragua con mil cabezas de ganado.

        -¿Pero está en guerra Venezuela?, pregunté sorprendido.

        Por toda respuesta, mientras continuaba sus faenas, el operador me extendió un periódico que extrajo de su bolso, fechado cuatro meses atrás, en el cual pude leer:

               ”Dada la ofensiva del imperialismo y del sistema corporativo capitalista a través de un esquema de guerra de 4ta generación, cuyo objetivo es distorsionar la economía con la aplicación de un plan de desabastecimiento y escasez, se plantea, como arma revolucionaria emancipadora: La conformación de una “Sala de Guerra” desde cada región bajo el control del movimiento campesino;  la creación del Estado Mayor Campesino para la defensa de la Patria  (…)”

        Quise retomar aliento entrando al primer cafetín que encontré al salir de los muelles, pensando si debería alistarme como soldado latinoamericano en esa extraña guerra de 4ta. generación.

        Al ordenar el café, el muchacho del bar me miró con tal asombro que imaginé haber recobrado mi rostro de cadáver.
       
        -¿Café? Se ve que usted no es de Venezuela. Se necesita oro para tomarse un negrito. Y no lo conseguirá en cualquier parte.
       
        Evoqué mis apuntes de aquella Caracas que había dejado en 1881: cuando uno se pasea por los alrededores de Caracas, poblados de cafetales, sembrados bajo la sombra de los rojos y altos bucares (…)”

        Si así crecían los cafetales en las cercanías de la capital, ¿cómo se extenderían en las zonas rurales, siendo Venezuela uno de los mayores exportadores de café? ¿Qué habría ocurrido en estos 136 años?

        Horas anduve antes de entrar a un restaurante. Cuando pedí un arroz a la cubana, sentí sobre mi atómica estructura la vista de los pocos comensales de las mesas cercanas. El mesonero, entre compasivo y sorprendido, aclaró:

        -El arroz no se cultiva desde hace tiempo en Venezuela. El importado no ha llegado y, de tenerlo, sería imposible servírselo “a la cubana”, pues se prepara con huevos y éstos han desaparecido desde que al entonces vicepresidente Arreaza se le ocurrió fijar precios sin consultar a los productores.

        No me atreví a solicitar otro plato y abandoné, hambriento, el restaurante, pensando cuán superfluas y extemporáneas habrían resultado mis preguntas en el trayecto en autobús desde el puerto hacia Caracas. En el transporte público los comentarios de los pasajeros dejaban al desnudo la situación imperante. Pude así enterarme, señor Presidente, de que Venezuela, declarada “socialista” desde la llegada al poder de su difunto antecesor, vive en permanente estado de guerra; de que un enemigo invisible impide desarrollar la producción y la industria, y paraliza la acción de los dirigentes, haciéndoles alejar de todo trabajo productivo. Y lo que es más grave –comentaban-, en los sectores expropiados a nombre de un “socialismo” que no se ve por ninguna parte, una mano negra frena totalmente la producción, llevándoles a importar hasta el café que antes salía a borbotones desde los puertos venezolanos.

            Mi prisa en embarcarme hacia Venezuela antes de que me enterrasen de nuevo en Cuba, creyéndome cadáver, me impidió informarme allí de que Usted, respetado Presidente Maduro, ha solicitado a mi país orientación para desarrollar en Venezuela la agricultura urbana!

        Señor Presidente, ¿no tiene Usted asesores?  ¿Cómo un país tan pródigo como el suyo, con 33 millones de hectáreas cultivables, de las cuales Usted mismo reconoce que sólo se aprovecha el 3%, asume la sanchopancesca decisión de pedir auxilio a una minúscula isla, obligada a sembrar en las ciudades ante el azote de ventiscas y huracanes? ¡Y más sorprendente aún es que los camaradas Fidel y Raúl hayan tomado en serio el planteamiento suyo de que “el motor de la agricultura urbana será reforzado con expertos cubanos”! ¿No le ayudó Fidel –ya a un paso de ser atrapado por la Moira Átropos- a poner pie en tierra -o mejor, seso en cabeza-, aclarándole que no es Cuba la ínsula Barataria, ni Venezuela una franja del Sahara? 

        De nuevo recurro a mi libreta de apuntes de 1881: “Vzla. es un país rico más allá de los límites naturales. Las montañas tienen vetas de oro, y de plata, y de hierro (…) no hay en la tierra un país tan bien dotado para establecer en él toda clase de cultivos. Hay todos los climas, todas las alturas, todas las especies de agua; orillas de mar, orillas de río, llanuras, montañas; la zona fría, la zona templada, la zona tórrida”

          ¿Cómo, entonces, se han desaprovechado tan extraordinarios dones?

               A propósito de vetas de oro, ese corto trayecto en autobús me proporcionó valiosísima información del acontecer actual de Venezuela, sobre todo de asuntos que –después de 122 años de haber sido sepultado en Santiago- jamás se me habría ocurrido preguntar. Me refiero, señor Presidente, a su decreto sobre el Arco Minero del Orinoco, lo que permitirá a empresas transnacionales extraer del subsuelo venezolano, con grandes beneficios, oro, diamantes y otros preciosos minerales.

          Y llegó también a mis oídos lo de la creación de comunas a lo largo y ancho del territorio nacional, las cuales –según comentaban los pasajeros- constituirían la base del presunto socialismo anunciado en Venezuela. Debo reconocer que, mientras permanecía arrinconado en uno de los asientos traseros del vehículo –con la aprensión de readquirir aspecto de cadáver-, me maravilló la soltura, la facilidad de discurso y los acertados análisis de muchos de los pasajeros que intervenían para protestar la situación de escasez, carestía e inseguridad que, afirmaban, se vive en Venezuela. Fue esto como un Informe abierto, emanado del pueblo mismo, el cual me dio luces para entender el cambio operado entre la Venezuela actual y aquella de finales de 1800, apacible y pródiga, con una élite capitalina semiparisiense, dueña de grandes mansiones con puertas siempre abiertas, mientras las clases laboriosas se proporcionaban sus alimentos mediante el trabajo Quienes debatían en el autobús no eran otros que trabajadores urbanos, algunos obreros, otros vendedores o vendedoras, artesanos, empleadas domésticas –tan altivas en su discurso que demostraban estar a siglos de distancia de aquellas semiesclavas que seguían cabizbajas a sus amas, portando los cojines de éstas para los reclinatorios de la iglesia-; en fin, gente de modestos recursos, entre ellos algunos dirigentes comunales, por lo que tuve la ocasión de enterarme del funcionamiento de tales organismos. Nadie hacía preguntas. Exponían sus quejas, que eran las quejas de todos. Los comuneros expresaban su descontento porque –según decían- si bien ahora tienen participación directa en los asuntos de la comunidad, las decisiones esenciales vienen de arriba o son frenadas cuando no se ajustan a las políticas gubernamentales. Se escuchaba entonces un coro entre los pasajeros: “¿Y a esto llaman “socialismo?” 

          Le transmito esto, señor Presidente, para que conozca Usted de primera mano el sentir de su pueblo. Hay descontento.

          Es sobre el denominado Arco Minero que quisiera comunicarle mis últimas observaciones recogidas en tan corto trayecto, dejando para futura ocasión –si antes mis átomos no se disgregan- otro de los temas escuchados sin proponérmelo: el de los “bachaqueros”, término para mí desconocido con la acepción que hoy le dan en Venezuela y del cual todos hablaban con la mayor repulsión.

          ¿Pero cómo pasar por alto un hecho insólito, es decir, inimaginable por mí en esta querida Venezuela? Me refiero, señor Presidente, a la criminal astucia desplegada por malhechores profesionales, quienes –a mi salida del restaurante, mientras caminaba absorto en mis reflexiones- descendieron de una moto y me empujaron con fuerza tal que mi atómica estructura fue a estrellarse contra el pavimento, no sin antes arrebatarme el viejo bolso del que había logrado proveerme antes de salir de Cuba, con escasas pertenencias.

          Por fortuna, mi estructura no se desintegró, librándome de ser sepultado por segunda vez, ahora en lejanas tierras. Ello gracias al auxilio de un automovilista que observó lo ocurrido, manteniéndose sin ser visto por los maleantes. Al ayudarme a levantar me informó que es éste el modus operandi de la delincuencia organizada en la Venezuela de hoy. Muy gentilmente, mi protector accedió a mi ruego de trasladarme a la embajada de mi país, donde me brindaron apoyo y desde donde le estoy escribiendo.

          No podía partir –ignoro si para ser de nuevo sepultado- sin antes agradecer a Usted, señor Presidente Maduro, la conmemoración de los 164 años de mi natalicio, y por considerar que mi modesta humanidad “es hoy uno de los faros fundamentales para la creación de la conciencia colectiva desde nuestra realidad Latinoamericana y Caribeña”. Mi deber como combatiente latinoamericano es expresar a Usted que, sin pretenderme faro para iluminar caminos, puedo transmitirle una sencilla luz, proveniente de experiencias vitales, no individuales sino de tantos que nos enfrentamos al dominio español: dirija sus ojos a la  realidad de su tierra y a la  inmensa potencialidad que ella encierra, sin apoyarse en muletas foráneas, ni atribuir los errores y carencias a la presencia de un eterno enemigo. Conviértanse, tanto Usted como el numerosísimo grupo de ministros y ministras, viceministros, asesores, vicepresidente e interminable cohorte integrante del gobierno que desde hace casi cuatro años Usted preside, en labradores capaces de despertar las prodigalidades de su tierra dormida y de poner en marcha gigantescas industrias nutridas con tales potencialidades. 

          Si hojea Usted mi cuaderno de apuntes sobre aquella Venezuela de 1881, se asombrará de encontrar allí anotaciones válidas en 2017, en un país extrañamente autoproclamado “socialista”:

“Esa tierra es como una madre adormecida (…) Cuando el labrador la despierte los hijos saldrán del seno materno robustos y crecidos, y el mundo se asombrará de la abundancia de los frutos. ¡Pero la madre duerme aún, con el seno inútilmente lleno! El labrador del país (…) no aspira a nada, y no hace nada (…)”

¡Acción, Presidente Maduro! ¡Más Acción volcada hacia la realidad y menos discursos sobre molinos de viento! 

Con esta sencilla luz le saluda

                                                        José Martí

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