En medio de profundas
desigualdades sociales y sacudido por una corrupción galopante que amenaza con
socavar la estabilidad del Estado, el Partido Comunista de China (PCCh) ha
inaugurado el 8 de noviembre su XVIII Congreso.
Nada que ver con aquellas pautas y esfuerzos
por una sociedad igualitaria, hacia la cual se encaminó el glorioso Partido
fundado en julio de 1921, cuyas luchas tanto en el seno interno -donde desde su
fundación se han debatido diversas corrientes- como frente al enemigo de clase
y a la agresión extranjera, condujeron a la toma del poder en 1949.
En el curso de nueve décadas, muchas son las
tempestades que ha debido sortear el PCCh. Lejos encuéntrase hoy de poder
afirmar que “está dando lecciones de sabiduría
en la aplicación del marxismo a la realidad de su país”, como afirma el
amigo Jerónimo Carrera (La Razón, 4/11/2012)
El PCCH abandonó desde hace tiempo las
lecciones del marxismo para abrazar la teoría de Deng Xiao Ping –quien fue
expulsado de todos los cargos del Partido, como “impenitente seguidor del camino capitalista”, y rehabilitado en
1977, después de la muerte de Mao Zedong. Según documentos de aquel período, su
expulsión se debió a “una política de capitulacionismo y traición
nacional, cuyas ideas económicas son las de la burguesía (...) y pretende
apoderarse de la economía nacional arrebatándosela al proletariado y
transformar la economía socialista de China en una economía capitalista de
monopolio burocrático” (1).
Una
amalgama irreconciliable
China es hoy, ciertamente, la segunda
economía mundial, lugar alcanzado no “en
la trayectoria exitosa hacia la construcción de una sociedad socialista
avanzada”, según señala Jerónimo, sino mediante una senda sinuosa que ha
dado al traste con los objetivos que sirvieron de simiente al PCCh: una
sociedad sin opresión de clases ni privilegios.
Muy otra es la realidad de la China actual,
desde la consagración de la teoría de Deng Xiaoping como ideología orientadora
del Partido. El costo pagado por China para alcanzar tal nivel en su economía
se traduce en una brecha abismal entre
ricos y pobres y en una sociedad cuyos valores están orientados hacia el lujo y
la riqueza.
Pretender ubicar tales desviaciones en el
campo del marxismo es una amalgama irreconciliable.
Poderosos
capitalistas dentro del PCCH
La corrupción ha sobrepasado todos los
límites en el seno del PCCh. En el mundo entero
repercuten las noticias del fabuloso enriquecimiento de ministros y altos funcionarios, amasadas en
el ejercicio del poder.
Nadie debería sorprenderse de tales
informaciones desde que el PCCh admitió en su seno la Triple Represantatividad,
según lo dio a conocer en febrero de 2000 el entonces Secretario General del
Comité Central, Jiang Zemin, es decir, a los representantes de la cultura avanzada de China”, en otros
términos a los magnates de la clase empresarial, Consecuencia de tales deliberaciones es la
degeneración del Partido Comunista de China en un feudo de poderosos,
dispuestos a mantener sus privilegios frente a la explotación de millones de
obreros sometidos al yugo de la maquila y a directivas gerenciales, mientras
los campesinos, una vez desmanteladas las comunas, se ven reducidos al cultivo
de la tierra sobre la base de la “responsabilidad
familiar o individual”, sin protección social alguna.
El valiente pueblo chino desplazará a los
poderosos
Frente a los cónclaves de congresos,
frente a las deliberaciones de quienes han usurpado sus derechos, el heroico pueblo chino, triunfante en mil
batallas, avanza silencioso. Los obreros no permanecerán cabizbajos ante la
férula de gerentes capitalistas;
millones de campesinos, silenciosamente, se han reorganizado en cooperativas y,
ante la eliminación del servicio médico cooperativo, han venido creando fondos
comunes de asistencia social y solidaria.
La ruta gloriosa del Partido Comunista de
China no será borrada por impostores y opresores de la clase trabajadora.
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(1)
Cfr. Irma Barreto – China: la lucha no ha
cesado, EBUC, 1990, pp.110/111.
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