domingo, 29 de enero de 2017

CARTA DE JOSÉ MARTÍ AL PRESIDENTE MADURO



Caracas, enero, a 136 años de mi expulsión de Venezuela

Muy respetado Señor Presidente:

        A usted, fiel seguidor de la teoría de la reencarnación, preconizada por su difunto maestro Sai Baba, no habrá de resultarle extraño que por un fenómeno entrópico –científicamente explicable- mis átomos dispersos en el cementerio de Santa Ifigenia, en Santiago, se hayan reagrupado en la superficie por obra de ventiscas y huracanes que removieron la tierra, cobrando nueva vida. Enemigo de la pasividad, no podía mi espíritu permanecer en aquel claustro mortal, y heme aquí, de nuevo en las tierras de donde hube de salir precipitadamente en julio de 1881 por orden de su homólogo Guzmán Blanco.

        Las remembranzas de este lugar, donde tan gratamente se deslizaron seis meses de mi activa juventud, me han traído de nuevo aquí. Esta vez decidí no entrar por La Guaira, sino por Puerto Cabello. Quería presenciar el movimiento portuario de productos que –sin duda- estarían exportando los venezolanos 136 años después de mi partida. En efecto, varios barcos de alto tonelaje estaban en el puerto, pero en los muelles de llegada. Al requerir información de uno de los operadores  portuarios, éste me dijo con satisfacción:

        -Son 30 mil toneladas de azúcar que están llegando del Brasil para hacer frente a la guerra desatada. Hace poco anclaron barcos procedentes de Canadá con igual número de toneladas de trigo y de maíz amarillo, y otro de Nicaragua con mil cabezas de ganado.

        -¿Pero está en guerra Venezuela?, pregunté sorprendido.

        Por toda respuesta, mientras continuaba sus faenas, el operador me extendió un periódico que extrajo de su bolso, fechado cuatro meses atrás, en el cual pude leer:

               ”Dada la ofensiva del imperialismo y del sistema corporativo capitalista a través de un esquema de guerra de 4ta generación, cuyo objetivo es distorsionar la economía con la aplicación de un plan de desabastecimiento y escasez, se plantea, como arma revolucionaria emancipadora: La conformación de una “Sala de Guerra” desde cada región bajo el control del movimiento campesino;  la creación del Estado Mayor Campesino para la defensa de la Patria  (…)”

        Quise retomar aliento entrando al primer cafetín que encontré al salir de los muelles, pensando si debería alistarme como soldado latinoamericano en esa extraña guerra de 4ta. generación.

        Al ordenar el café, el muchacho del bar me miró con tal asombro que imaginé haber recobrado mi rostro de cadáver.
       
        -¿Café? Se ve que usted no es de Venezuela. Se necesita oro para tomarse un negrito. Y no lo conseguirá en cualquier parte.
       
        Evoqué mis apuntes de aquella Caracas que había dejado en 1881: cuando uno se pasea por los alrededores de Caracas, poblados de cafetales, sembrados bajo la sombra de los rojos y altos bucares (…)”

        Si así crecían los cafetales en las cercanías de la capital, ¿cómo se extenderían en las zonas rurales, siendo Venezuela uno de los mayores exportadores de café? ¿Qué habría ocurrido en estos 136 años?

        Horas anduve antes de entrar a un restaurante. Cuando pedí un arroz a la cubana, sentí sobre mi atómica estructura la vista de los pocos comensales de las mesas cercanas. El mesonero, entre compasivo y sorprendido, aclaró:

        -El arroz no se cultiva desde hace tiempo en Venezuela. El importado no ha llegado y, de tenerlo, sería imposible servírselo “a la cubana”, pues se prepara con huevos y éstos han desaparecido desde que al entonces vicepresidente Arreaza se le ocurrió fijar precios sin consultar a los productores.

        No me atreví a solicitar otro plato y abandoné, hambriento, el restaurante, pensando cuán superfluas y extemporáneas habrían resultado mis preguntas en el trayecto en autobús desde el puerto hacia Caracas. En el transporte público los comentarios de los pasajeros dejaban al desnudo la situación imperante. Pude así enterarme, señor Presidente, de que Venezuela, declarada “socialista” desde la llegada al poder de su difunto antecesor, vive en permanente estado de guerra; de que un enemigo invisible impide desarrollar la producción y la industria, y paraliza la acción de los dirigentes, haciéndoles alejar de todo trabajo productivo. Y lo que es más grave –comentaban-, en los sectores expropiados a nombre de un “socialismo” que no se ve por ninguna parte, una mano negra frena totalmente la producción, llevándoles a importar hasta el café que antes salía a borbotones desde los puertos venezolanos.

            Mi prisa en embarcarme hacia Venezuela antes de que me enterrasen de nuevo en Cuba, creyéndome cadáver, me impidió informarme allí de que Usted, respetado Presidente Maduro, ha solicitado a mi país orientación para desarrollar en Venezuela la agricultura urbana!

        Señor Presidente, ¿no tiene Usted asesores?  ¿Cómo un país tan pródigo como el suyo, con 33 millones de hectáreas cultivables, de las cuales Usted mismo reconoce que sólo se aprovecha el 3%, asume la sanchopancesca decisión de pedir auxilio a una minúscula isla, obligada a sembrar en las ciudades ante el azote de ventiscas y huracanes? ¡Y más sorprendente aún es que los camaradas Fidel y Raúl hayan tomado en serio el planteamiento suyo de que “el motor de la agricultura urbana será reforzado con expertos cubanos”! ¿No le ayudó Fidel –ya a un paso de ser atrapado por la Moira Átropos- a poner pie en tierra -o mejor, seso en cabeza-, aclarándole que no es Cuba la ínsula Barataria, ni Venezuela una franja del Sahara? 

        De nuevo recurro a mi libreta de apuntes de 1881: “Vzla. es un país rico más allá de los límites naturales. Las montañas tienen vetas de oro, y de plata, y de hierro (…) no hay en la tierra un país tan bien dotado para establecer en él toda clase de cultivos. Hay todos los climas, todas las alturas, todas las especies de agua; orillas de mar, orillas de río, llanuras, montañas; la zona fría, la zona templada, la zona tórrida”

          ¿Cómo, entonces, se han desaprovechado tan extraordinarios dones?

               A propósito de vetas de oro, ese corto trayecto en autobús me proporcionó valiosísima información del acontecer actual de Venezuela, sobre todo de asuntos que –después de 122 años de haber sido sepultado en Santiago- jamás se me habría ocurrido preguntar. Me refiero, señor Presidente, a su decreto sobre el Arco Minero del Orinoco, lo que permitirá a empresas transnacionales extraer del subsuelo venezolano, con grandes beneficios, oro, diamantes y otros preciosos minerales.

          Y llegó también a mis oídos lo de la creación de comunas a lo largo y ancho del territorio nacional, las cuales –según comentaban los pasajeros- constituirían la base del presunto socialismo anunciado en Venezuela. Debo reconocer que, mientras permanecía arrinconado en uno de los asientos traseros del vehículo –con la aprensión de readquirir aspecto de cadáver-, me maravilló la soltura, la facilidad de discurso y los acertados análisis de muchos de los pasajeros que intervenían para protestar la situación de escasez, carestía e inseguridad que, afirmaban, se vive en Venezuela. Fue esto como un Informe abierto, emanado del pueblo mismo, el cual me dio luces para entender el cambio operado entre la Venezuela actual y aquella de finales de 1800, apacible y pródiga, con una élite capitalina semiparisiense, dueña de grandes mansiones con puertas siempre abiertas, mientras las clases laboriosas se proporcionaban sus alimentos mediante el trabajo Quienes debatían en el autobús no eran otros que trabajadores urbanos, algunos obreros, otros vendedores o vendedoras, artesanos, empleadas domésticas –tan altivas en su discurso que demostraban estar a siglos de distancia de aquellas semiesclavas que seguían cabizbajas a sus amas, portando los cojines de éstas para los reclinatorios de la iglesia-; en fin, gente de modestos recursos, entre ellos algunos dirigentes comunales, por lo que tuve la ocasión de enterarme del funcionamiento de tales organismos. Nadie hacía preguntas. Exponían sus quejas, que eran las quejas de todos. Los comuneros expresaban su descontento porque –según decían- si bien ahora tienen participación directa en los asuntos de la comunidad, las decisiones esenciales vienen de arriba o son frenadas cuando no se ajustan a las políticas gubernamentales. Se escuchaba entonces un coro entre los pasajeros: “¿Y a esto llaman “socialismo?” 

          Le transmito esto, señor Presidente, para que conozca Usted de primera mano el sentir de su pueblo. Hay descontento.

          Es sobre el denominado Arco Minero que quisiera comunicarle mis últimas observaciones recogidas en tan corto trayecto, dejando para futura ocasión –si antes mis átomos no se disgregan- otro de los temas escuchados sin proponérmelo: el de los “bachaqueros”, término para mí desconocido con la acepción que hoy le dan en Venezuela y del cual todos hablaban con la mayor repulsión.

          ¿Pero cómo pasar por alto un hecho insólito, es decir, inimaginable por mí en esta querida Venezuela? Me refiero, señor Presidente, a la criminal astucia desplegada por malhechores profesionales, quienes –a mi salida del restaurante, mientras caminaba absorto en mis reflexiones- descendieron de una moto y me empujaron con fuerza tal que mi atómica estructura fue a estrellarse contra el pavimento, no sin antes arrebatarme el viejo bolso del que había logrado proveerme antes de salir de Cuba, con escasas pertenencias.

          Por fortuna, mi estructura no se desintegró, librándome de ser sepultado por segunda vez, ahora en lejanas tierras. Ello gracias al auxilio de un automovilista que observó lo ocurrido, manteniéndose sin ser visto por los maleantes. Al ayudarme a levantar me informó que es éste el modus operandi de la delincuencia organizada en la Venezuela de hoy. Muy gentilmente, mi protector accedió a mi ruego de trasladarme a la embajada de mi país, donde me brindaron apoyo y desde donde le estoy escribiendo.

          No podía partir –ignoro si para ser de nuevo sepultado- sin antes agradecer a Usted, señor Presidente Maduro, la conmemoración de los 164 años de mi natalicio, y por considerar que mi modesta humanidad “es hoy uno de los faros fundamentales para la creación de la conciencia colectiva desde nuestra realidad Latinoamericana y Caribeña”. Mi deber como combatiente latinoamericano es expresar a Usted que, sin pretenderme faro para iluminar caminos, puedo transmitirle una sencilla luz, proveniente de experiencias vitales, no individuales sino de tantos que nos enfrentamos al dominio español: dirija sus ojos a la  realidad de su tierra y a la  inmensa potencialidad que ella encierra, sin apoyarse en muletas foráneas, ni atribuir los errores y carencias a la presencia de un eterno enemigo. Conviértanse, tanto Usted como el numerosísimo grupo de ministros y ministras, viceministros, asesores, vicepresidente e interminable cohorte integrante del gobierno que desde hace casi cuatro años Usted preside, en labradores capaces de despertar las prodigalidades de su tierra dormida y de poner en marcha gigantescas industrias nutridas con tales potencialidades. 

          Si hojea Usted mi cuaderno de apuntes sobre aquella Venezuela de 1881, se asombrará de encontrar allí anotaciones válidas en 2017, en un país extrañamente autoproclamado “socialista”:

“Esa tierra es como una madre adormecida (…) Cuando el labrador la despierte los hijos saldrán del seno materno robustos y crecidos, y el mundo se asombrará de la abundancia de los frutos. ¡Pero la madre duerme aún, con el seno inútilmente lleno! El labrador del país (…) no aspira a nada, y no hace nada (…)”

¡Acción, Presidente Maduro! ¡Más Acción volcada hacia la realidad y menos discursos sobre molinos de viento! 

Con esta sencilla luz le saluda

                                                        José Martí

PRESENCIA DE CARMEN CLEMENTE TRAVIESO


Para que no se olvide a la revolucionaria 

Un recuerdo para una gran pastoreña, Carmen Clemente Travieso

                                                                                                                         Por José Bonilla A. 

Cecilia Clemente Travieso, hermana mayor de Carmen, le decía “niña” a su menor hermana para “reprenderla” (en comillas) cuando consideraba que está traviesa mujer hacía una tremendura. Conocimos a estas dos hermanas en su casa de la esquina de San Narciso, cerca de la Avenida Fuerzas Armadas, casa que habían convertido en la Biblioteca “Gual y España” adonde íbamos muchos estudiantes y egresados de la UCV, de otras instituciones y gente de los barrios vecinos a leer y a compartir las ideas revolucionarias y los sueños que hemos tenido, para ver al mundo girar más feliz y dejar de ser oprimidos y explotados por una minoría capitalista que ha hecho infelices a miles de millones de seres humanos de este convulsionado planeta, hecho así por las ambiciones y avaricias de una clase mezquina , la burguesía.
En la casa de las “niñas” Clemente Travieso, nos sentíamos como peces en el agua, aves de lo más alto, y más aún cuando nos encontrábamos los Sábados con ese extraordinario y polifacético boliviano llamado Luis Lucksic, el viejo Lucho, el siempre recordado Lucho. Yo dictaba mis charlas sobre marxismo que había aprendido desde mi militancia en el PCV, el MIR y luego en la Bandera Roja, Roja, convertida hoy en una organización descolorida con militantes derechizados que cuando migran, se van a organizaciones aún más de derecha las cuales alardean de fascistas. Era ese marxismo, repetidor acrítico de las lecturas de libros provenientes fundamentalmente de la URSS y de China, los cuales por supuesto, eran más de Lenin, Stalin y Mao que de Marx, ya que ser marxista era ser prosoviético o prochino. Marx, era y sigue siendo un extraño para los marxistas, sólo utilizado a conveniencia del discurso del momento.
Pero, el motivo no es hablar de nuestras aventuras teóricas de militantes del marxismo – leninismo, sino de la vida de esa gran pastoreña , niña, Carmen Clemente Travieso, porque el 24 de Enero de este año 2017, se cumplen 34 años de haber tomado vuelo hacia el infinito, quizás detrás de su gran amigo Salvador de la Plaza quien para el multisistema celular ya había rendido como el Alcatraz la tarea que su tiempo le fijó.
Ambos amigos, provenientes de clases medianamente adineradas, ella del Prócer Lino Clemente, su bisabuelo, él, de familia pudiente, cacaotera, escogieron como destino dedicarse a develar y revelar las marramuncias ocultas por la aplastante ideología de las clases dominantes, especialmente la capitalista, las cuales no satisfacían sus juveniles rebeldías. Fue una amistad profunda unida por el amor a la emancipación humana de todo signo de explotación y opresión.
De Salvador de la Plaza, merecidamente se ha escrito bastante, incluso tiene un Archivo con su nombre en la Universidad de Los Andes (Mérida), pero, de la “niña” Carmen, inmerecidamente muy poco se ha dicho, sólo algunas notas, donde se roza marginalmente, su condición de revolucionaria comunista comprometida. Sabemos que Carmen no vivió para que la elevaran muy alto, su sonrisa plena de alegría y sencillez, nos permitía descubrir lo desprendida que era de la llamada gente importante. Su manera de vivir fue la de una verdadera proletaria, rodeada de lo necesario, muchos amigos y camaradas, y fundamentalmente de su adorada hermana y amiga Cecilia.
Nace como Simón Bolívar, un 24 de Julio, pero en 1900. Comenzaba el siglo que anunciaba ventisqueros y ella como el viento, asomaba su pequeño rostro en el norte de la ciudad capital, donde nace la Caracas de las elites del siglo XX (La Pastora), antes de que existieran El Paraíso, Vista Alegre, Altamira, La Castellana y el Country Club.
Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez habían desplazado del poder a Ignacio Andrade, salido de la prepotencia del grupo armado de Joaquín Crespo. La montonera andina echa ya godarria, se paseaba altanera por la Caracas de los techos rojos, mientras una de sus acérrimas enemigas nacía en la casa de la pareja Clemente Travieso, integrada por Lino, su padre, Mercedes Eugenia, su madre y sus hermanas y hermano, Cecilia, Mercedes, Teresa y Carlos. Carmen era la menor. Siendo muy niña, muere su padre y la familia se traslada a vivir a la casa de su abuela materna Trinidad Dominguez de Travieso.
Su infancia, con seguridad transcurrió en la ciudad – aldea que todavía era Caracas, a pesar del intento de colocarla en la modernidad hecha por Antonio Leocadio Guzmán Blanco, pero la realidad venezolana no daba para eso. Caracas no podía ser París, era simplemente aldeana con presencia predominante de lo que Mario Briceño Iragorry, nos describe como espacio urbano de los nuevos ricos incultos, pero ricos, con “resabios” rurales, llenos de ambiciones, sin amor a la patria porque patria no había. Repartirse espacios territoriales grandes entre generales y coroneles era la norma, los subalternos subsiguientes también pedían su tajada mediana; los rasos, pa' su conuco de hectárea y media de subsistencia, y los demás, los desterrados, jornaleros por real medio y un real.
Esa “ niña” nació en ese pa' allá y pa ca'. Sin embargo, esa mujer se quedó acá, donde habitamos los que con el trabajo, hacemos felices a otros que no trabajan. Allí se plantó Carmen y como en el juego de barajas, no se cansó de decir, que no había otra posibilidad de ser felices sino en el comunismo, porque lo demás es utopía, o mejor dicho, la utopía es la posibilidad de ser libres únicamente en el comunismo. Esa era Carmen, primero comunista y después periodista; sin embargo las crónicas que la nombran, exaltan su condición de periodista. Es como en estas épocas de dominación social demócrata donde a los revolucionarios para no decir que son comunistas, los denominan “Luchadores Sociales”. A estos mediadores entre el capitalismo “bueno” y el capitalismo “malo”, les asusta, como a sus antepasados de la II Internacional, el fantasma del comunismo y prefieren solaparlo en su lenguaje.
Carmen Clemente Travieso, no solapaba nada y por eso acudió al periodismo para ir en busca de la verdad oculta en los mensajes de los demagogos, en el fetichismo de las cosas y en la imaginería de quienes nos contentamos con el mundo aparente, a lo cual muchos
llaman “cultura popular”. Fue reportera de la realidad cruda. En su actividad periodística, brilló con luz personal, lo supo hacer a su manera muy peculiar, porque no se mostró como mujer pidiendo clemencia al machismo social, fue inclemente con la mentira y el engaño, chocando con su apellido vinculado a la lucha por la independencia de Venezuela. No le importó y con su Clemente a cuestas, se paseó por la historia de Caracas del pasado y del presente, entrevistó a hombres y mujeres revolucionarios, a gente de a pie, para oír de ellos sus propuestas y sus vivencias contra regímenes opresores como los de Juan Vicente Gómez, López Contreras, Medina Angarita, Rómulo Betancourt (dos veces), Rómulo Gallegos (por poco tiempo), Marcos Pérez Jiménez y no contenta con esto, también siguió sosteniendo su posición revolucionaria contra Betancourt (nuevamente), Leoni, Caldera, Carlos Andrés Pérez para culminar por pocos días su confrontación contra Luis Herrera Campíns. Casi 83 años de consecuencia revolucionaria comunista que no pueden ser olvidados.
No conocimos su juventud, pero con esa historia forjada, nos la imaginamos, rebelde, crítica, irreverente, alegre, sincera, amiga, solidaria, cooperadora, comunicadora, dulce, cariñosa, combativa, mejor dicho, una mujer comunista quien con seguridad tendría muchos pretendientes. Estas cualidades, se las conocimos en vida en los momentos que compartimos con ella, porque transmitía eso y mucho más, nos enamoraba envolventemente y nosotros felices de ese amor desplegado para todos, lo cual no permitía que nos celáramos por ella. Carmen fulminaba cualquier sentimiento que se parecieran al egoísmo, a la envidia, el individualismo y por supuesto al celo enfermizo.
Fue organizadora como pocas y pocos, ya que tenía la conciencia de lo colectivo como fuerza liberadora, por eso la encontramos como cofundadora de la Asociación Nacional de Periodistas, de la Liga Nacional de Presos, forma parte de la Asociación Nacional de Periodistas, militante del Partido Comunista de Venezuela, y en sus años más pasivos, activó en su propia casa la Biblioteca “Gual y España”, donde estimulaba nuestras actividades revolucionarias, brindándonos junto con su querida hermana Cecilia, un delicioso café, acompañado de galletas preparadas directamente por estas encantadoras hermanas.
Sin embargo, su vida no se quedó allí; la clandestinidad también la tuvo ocupada en actividades que como ustedes, amigos lectores, deben suponer, no podrán conocerse porque para ella “en boca cerrada no entran moscas” y nos dejó para la imaginación especulativa su quehacer clandestino.
Como escritora, creemos que no fue suficiente lo publicado para demostrar su prolífera capacidad, puesto que para Carmen Clemente Travieso, todo merecía ser escrito, para que quedara para las generaciones venideras una huella de lo acontecido a fin de que no cometieran los mismos errores. A la mujer la puso en las nubes (a los hombres cerquita de ellas), su feminismo no era anti- hombre, era contra los modelos patriarcales, ya que sabía por su estudios del marxismo, que durante el matriarcado se vivieron las mejores experiencias de solidaridad y amor de la humanidad. Su libro sobre “Las Luchas de la Mujer Venezolana” demuestra que nuestras mujeres estuvieron allí muy cerca y quizás con más lucidez, de la importancia de ser libre, porque la madre no quiere ver su hijo oprimido, ni explotado. Lamentablemente, la mayoría de los escritores de historia son hombres,
quienes por su machismo, ven a la mujer, si es que la ven, a través de personalidades aisladas, sólo como compañeras de un líder, un caudillo, un jefe importante, nunca con el significado que la mujer como MADRE, es capaz de ser y hacer por ver a los hijos de una patria, libres como la sabana y el viento Pero no sólo los de una patria en particular, sino a todos los hijos de la PACHA MAMA. Nuestra Carmen, la “niña” Carmen, entendía esto, y cuando nos hablaba de Luisa Cáceres (sin el Arismedi) nos hablaba no sólo de una mujer venezolana, sino de las mujeres del mundo.
Fue una luchadora incansable por visibilizar a la mujer, quitarle ese estigma bíblico de haber salido de la costilla de Adán para poner a comprender a los humanos que todos nacemos a causa de una copulación y por la vagina de una mujer. De borrar de la mente que la mujer es simplemente un complemento del hombre, para destacar como el viejo Raúl Domínguez que la naturaleza tiene nombre de mujer. Carmen mujer, nos dejó un legado a los hombres y así lo sentimos cuando estuvimos a su lado. Ese es el origen de este escrito.
Hermana de la clase obrera, especialmente de la obrera mujer, otro aspecto de un ser humano con conciencia de clase que tuvo Carmen, se propuso crear una institución para la educación de la mujer trabajadora tal vez con el propósito de abrir caminos, ya que no los había, para que la mujer, generalmente más explotada que el hombre trabajador, tuviera mayor acceso a los conocimientos y con ello, mayor posibilidad de comprensión de sus deprimidas condiciones de vida y sus causas, a la vez acabar con las ingenuidades populares de las demagógica propuestas de los políticos y explotadores de la participación popular en el Estado burgués, o de crearle a la mujer la ilusión de que para ser más libre en el proceso social, debe incorporarse a la producción. Recuerden que hasta hace poco y más en la época de Carmen, las mujeres percibían menores salarios con jornadas de trabajo más extensas e intensas. Si no lo creen léanse el capítulo VIII de El Capital de Marx, La jornada de Trabajo.
Amante de su ciudad, como Aquiles Nazoa, como Enrique Bernardo Nuñez, Anibal Nazoa, Lucas Manzano y tantos otros, quienes como ella no han llegado a ser cronistas de la ciudad, describió lo que casi no existe en otras ciudades del mundo: sus esquinas.
Todo porque cada esquina tiene su historia, o mejor dos historias, la del poder y la del pueblo. Platanal por sus plátanos, el Muerto porque aparecía un muerto en ese sitio y la de Cristo al Revés, porque tal vez Cristo aparecía con las “patas pa' arriba” a los ojos del pueblo. Su libro, nos enseña cómo se fue cuadriculando la ciudad luego de la invasión europea venida con sus esquemas de poblamiento apto para la dominación; nos narra los hechos que se dan en cada esquina, los personajes que habitaron ese ángulo urbano de lo que fue en su primer momento esta atribulada ciudad. Esa era Carmen la rebelde, recordadora de historias, de las cosas más sencillas, como nos hablaban Aquiles Nazoa y su querido hermano Aníbal.
Carmen Clemente Travieso, mujer inolvidable como la poesía, que sabemos escribió, pero que no la conocimos, porque era como la historia de los pueblos: Amante del anonimato.
Era ese ser revolucionario, comunista de todos los días sin decir tanto que era comunista, estaba convencida de su manera de ser, y no alardeaba de esto, no esperaba
reconocimientos ni condecoraciones. Fue Carmen Clemente Travieso, un ser inolvidable, como lo fue para nosotros su amada hermana Cecilia.
Nos preocupa que esta insigne mujer, sea desconocida hasta en su propia parroquia, en la cual un grupo de pastoreños, buscando ponerle un nombre de mujer a una casa– institución, no encontraron a Carmen Clemente Travieso puesto que no la conocían, ni siquiera porque la tuvieron cerca.
Que el Cosmos tenga girando a Carmen y Cecilia, para mostrarle al tiempo y al espacio lo hermoso que somos los humanos cuando amamos. La mejor muestra es la de este hermoso par de mujeres. Honor a Carmen y Cecilia Clemente Travieso.