Cuando oìmos las sinfonìas de Beethoven nos adentramos en la vida y encontramos que el mundo encierra maravillas donde podemos hallar alegrìas o tristezas que nos haràn soñar. Inmiscuidos en nuestro mundo interior apenas notamos la belleza de cuanto nos rodea. El canto de un pàjaro que se asoma a nuestra ventana y deja caer sus plumas en la tierra seca de un matero. Las abejas libando el néctar de las flores. Los recuerdos perdidos en la sombrìa memoria de seres que ya no estàn, que dejaron un eco imperecedero en nuestra existencia y permiten que esa voz nos llame y nos haga oìr rumores como el cristal de las aguas cortadas por el viento.
Vamos de paso. ¿Quièn ha vencido el camino de la eternidad? Quizàs en lagunas doradas por el sol està la memoria de aquellos que vinieron a nuestro encuentro a decirnos que los fogones de leña siguen encendidos. No se dejaràn apagar aquellas llamas ardientes de nuestra memoria. En el tronco de un àrbol se agigantan las llamas y lanzan gritos desesperados. Nadie se atreverìa a apagarlas. Tal es su fuerza. En poco tiempo esas llamas se habràn robustecido.
Una piedra inmensa con estrellas de talco adheridas parece interrumpir el paso
A sus pies un riachuelo rìe ruidosamente, como burlàndose del caminante.
En un agujero subrepticio, cavado por un pàjaro de inmensas alas, dos pequeños huevos esperan calor.
El mundo rìe. Tras aquella risa està la magia de un fuego interno inextinguible. ¿Quièn se atreverìa a extinguirlo?
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