➧No puede despedirse con honor y gloria quien muere abrazado a sus verdugos
Es un día
cualquiera de 1962. Con pasos apresurados nos encaminamos hacia el periódico,
esperando encontrar todavía algún fotógrafo no atrapado por reporteros más
tempraneros. En nuestra prisa no advertimos que la sede está bloqueada por
hombres en armas en actitud de acecho. Una discreta señal desde un cercano
cobijo de arbustos nos hace detenernos. Están allí algunos de los compañeros de
redacción de Tribuna Popular,
apostados en las cercanías del edificio Cantaclaro, para advertir a los
desprevenidos.
Quien ha lanzado la discreta señal no es
otro que Pompeyo Márquez, Jefe de Redacción de Tribuna. Permanecía allí, pese al riesgo de ser detenido, en espera
de ver la suerte que correría Gustavo Machado, Director del tabloide, primero
siempre en llegar. Nadie se movió del sitio. A la expectativa, todos
imaginábamos verlo salir apresado por
las hordas policiales adecas. Sólo Valdespino –el viejo guardián, como
cariñosamente le llamábamos- hizo caso omiso de la presencia policial y
permaneció impertérrito en el interior de Cantaclaro, en compañía de Gustavo.
Eran ya las nueve de la mañana y el
grupo de acecho permanecía allí, a la entrada del periódico, mientras el resto del
contingente armado hacía su labor dentro del edificio: secuestrar toda la
edición del día y requisar escritorios y rincones. Súbitamente vimos salir a
Gustavo. Caminaba erguido, delante de los hombres en armas que cargaban con los
bultos de periódicos recién impresos. Bajo el brazo, Gustavo traía también su
paquete de periódicos, sustraídos de las garras policiales. Era un reto a
aquellos energúmenos. Estos respetaban su arrojo porque la orden impartida –por
el momento- era impedir la circulación del diario a la vez que mantener la
máscara de “democracia representativa”, dejando en “libertad condicional” a sus
directivos.
Durante los pocos meses que la
publicación de Tribuna Popular diario
fue permitida, escenas como la descrita eran frecuentes. Luego retornaría a
aparecer en forma ocasional o clandestina.
No tardaría mucho tiempo sin que Gustavo
Machado, Pompeyo Márquez y otros dirigentes del Partido Comunista fueran
detenidos y encarcelados en el Cuartel San Carlos. Allí se pronunciarían por la
línea de “Paz Democrática”, siendo Pompeyo uno de los abanderados de tal línea.
Medio siglo después
Pocos días antes de que la Parca le
llamara a cuentas, quien sufrió y fue testigo presencial de aquellos desmanes,
no vacila en afirmar:
“Desde el año 1958, el país ha
atravesado las más difíciles y complicadas situaciones y ha salido airoso de
todas ellas. Cuarenta años de enseñanzas que no debemos olvidar (…) Fueron años
de progreso, pudimos saborear lo que era
el cumplimento de la Constitución, convivir en paz, respetar los distintos
puntos de vista (…) Nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde (…)” (Pompeyo Márquez, Ult.Not. 1
junio, 2017)
¿Vivió en
paz Pompeyo Márquez durante aquellos 40 años? ¿Fueron respetados sus puntos de
vista y los de tantos militantes de izquierda victimizados, asediados,
desaparecidos? ¿Olvidó Pompeyo el férreo silencio de la iglesia ante crímenes
tan espantosos como la tortura y asesinato de Alberto Lovera (1965), para citar
sólo un caso emblemático? ¿Cómo puede quien conoció de cerca tales hechos
cantar loas a la Conferencia Episcopal Venezolana “por el rol de primer orden
que está desempeñando”, a sabiendas de su aterrador silencio de otrora?
¿Acaso es preciso empantanarse en el
foso de los opresores de ayer y de sus cómplices para decir las verdades de
hoy? Tan grotesca danza con los verdugos de ayer se revela absolutamente innecesaria
al señalar lo relativo a “la crisis económica, al desabastecimiento y la
hambruna, la inseguridad y el desbordamiento de los cuerpos represivos que no
tienen en este momento ningún control y atropellan los derechos humanos”
(ibid 11
mayo, 2017).
No puede despedirse con honor y gloria quien muere abrazado a sus
verdugos.