Hoy 25
de diciembre de 2017 se cumple 28 años del fusilamiento en Rumania de Nicolae
Ceausescu y de su esposa Elena Petrescu, en un juicio sumarísimo seguido por un
tribunal militar, sin garantía jurídica alguna ni validez legal. A continuación
nuestro artículo “CEAUSESCU, EL INFLEXIBLE”, publicado en El Diario de Caracas”
el 2 de enero de 1990, reproducido en el
libro Cuarenta Años de Combate Periodístico (2002).
Cuando
Lucretiu Patrascanu, secretario general del Partido Comunista de Rumania y
organizador de la resistencia al nazismo en su país, fue ejecutado por su
propio partido en 1954, se le acusó de pretender construir un “comunismo
nacional”. De él diría Nicolae Ceausescu en 1968: “Es preciso ver la realidad.
Patrascanu fue víctima de un asesinato”.
En el plano de la política interna fue ésta la primera gran
denuncia de Ceausescu desde que asumió el poder en 1967. Seguiría luego una
larga encuesta –por él dirigida- sobre los errores de su antecesor, Gheorghiu
Dej, a quien acusó post mortem de haber violado la ley y ordenado ejecuciones,
encarcelamientos y destituciones injustificadas.
Veinte años después, el mismo Ceausescu, erigido en
representante de un comunismo ortodoxo, inflexible ante el reformismo que como
un huracán ha penetrado en el oriente de Europa, sacudiendo estructuras al
parecer nada sólidas, el conductor de la más intransigente política de
austeridad, quien definió al despilfarro como “un anarquismo financiero”, cae fusilado tras un brevísimo y secreto
juicio militar, bajo las más oprobiosas acusaciones, entre ellas -¡oh, ironía!-
la de dilapidador de los fondos públicos.
¿Se cumple acaso el viejo proverbio de que del árbol caído……? Pensamos que en la
dinámica social nada es gratuito, nada está sujeto a los arcanos designios de
la fatalidad. La historia es implacable y detrás de cada uno de esos hechos hay
factores que en modo alguno pueden dejarse al azar.
No es casual que Ion Iliescu, el nuevo presidente de Rumania,
haya hecho carrera en la URSS y sea considerado amigo de Gorbachov. No es
casual que Corneliu Bogdan, actual viceministro rumano de Relaciones Exteriores
–caído en desgracia con el gobierno de su país en 1980, luego de ser embajador
en Estaos Unidos durante más de una década- sea el primero en proclamar a
gritos la muerte del Partido Comunista. No es casual que tanto la URSS como Estados
Unidos se hayan apresurado –frente a los despojos mortales aún insepultos de
Ceausescu- a ofrecer su apoyo al nuevo gobierno rumano. Ambas superpotencias tienen motivos para
regocijarse de la caída del más inflexible de los gobernantes de Europa
Oriental después de la muerte del
albanés Enver Hoxha.
Y es que Nicolae Ceausescu, no exento ciertamente de culpas,
tenía en su haber un tesonero esfuerzo por impedir la satelización de Rumania
ante los dictámenes de Moscú, por custodiar celosamente la independencia
política y económica de su país, desoyendo hasta sus días postreros el canto de
sirenas de la perestroika, encaminada a vender como un “marxismo reformado” el retorno
a la propiedad privada y a las leyes del
capitalismo.
En mayo de 1986, con motivo de 65° aniversario de la
fundación del Partido Comunista de
Rumania, Ceausescu expuso la necesidad de revitalizar el socialismo: “No hay duda de que el socialismo ha
llegado a una etapa de desarrollo en que
es necesario hacer un análisis crítico de su trayectoria y formular las medidas
necesarias para perfeccionarlo y
revitalizarlo. Pero esto debe ser realizado de acuerdo con la experiencia y la
práctica de la construcción socialista y con los principios del socialismo
científico”.
Si por una parte cerraba el paso a un neoliberalismo
camuflado, ¿respetaba Ceausescu, por otra parte, los principios por él tan
invocados del socialismo científico en
cuanto a lograr la plena democratización de la sociedad? He aquí su más grave
error. Al acentuar la centralización y personificación del poder, al unificar
las funciones del gobierno y del partido en una misma persona, al negarse a
admitir toda crítica contra su persona y su gobierno, Ceausescu no sólo impidió
la libre participación del pueblo en el
ejercicio del poder, sino que negó con tales prácticas la esencia misma del socialismo
en su etapa de transición hacia la sociedad comunista.
Pero no es éste el crimen imperdonable de Ceausescu ante
los ojos de Moscú, que no puede tampoco jactarse de las libertades de su
pueblo. Lo es sí la fiera
intransigencia del dirigente rumano a aceptar –desde los años sesenta-
las fórmulas soviéticas de división
internacional del trabajo entre los países miembros del CAME –excluida por
supuesto la URSS de tal especialización-; o de integración económica a través del mismo organismo,
fórmulas consideradas por Rumania como un freno al desarrollo independiente de
cada país y como un menoscabo de la soberanía. Lo es también el haber condenado
la invasión a Checoslovaquia y proclamado que en territorio rumano no se
desarrollarían maniobras del Pacto de Varsovia ni participarían las fuerzas
rumanas en maniobras conjuntas.
Por todos estos “crímenes” la URSS se regocija de la muerte
de Ceausescu.
Y no menos motivos de satisfacción tiene la otra
superpotencia: en Rumania acaba de restituirse el concepto de propiedad privada
y sus puertas se abrirán de par en par a los grandes consorcios del capital extranjero.
Es necesario decir, para concluir, que Nicolae Ceausescu deja
un país libre de deuda externa, saneada
en marzo de 1989. Sus acusadores dicen que ha sido al precio de grandes privaciones
del pueblo. No tenemos fuentes de apoyo. Sabemos que para 1987 el salario mensual
promedio de los obreros rumanos era de
3.018 lei (287 dólares). Y sabemos también que Ceausescu se oponía a los
aumentos de precios en búsqueda de
ganancias, precisando que un país como Rumania no podría superar su retardo sin
realizar esfuerzos sostenidos y que “la elevación del nivel de vida del pueblo está
vinculada al aumento de la riqueza nacional, a la creación de una economía
poderosa, independiente”.
Tendrá la historia la última palabra.